21 de marzo de 2012

Ese día que no pare de besarte

            Era un viernes temprano en la mañana. Recuerdo tus pocos ánimos de tomar clases. Había mucho silencio a nuestro alrededor. Fue cuando entonces decidimos ir a refugiarnos debajo de un hermoso roble. Allí no parábamos de mirarnos. Solo bastaba ver tu rostro, tus ojos y en especial tu sonrisa para saber que todo estaría bien. Comenzamos a besarnos y sencillamente no pudimos parar.
            El mundo podría venirse abajo y no importaba porque estabas tu junto a mi, abrazándome. Me recosté sobre tu falda y tus manos comenzaron a tocar mi rostro, mi cabello. Tus labios rozaban los míos de forma tierna y delicada. Nuestros ojos no paraban de mirarse y yo sentía que podía entrar en ellos hasta ver tu alma. Nos recostamos en la grama y comenzamos a mirar el cielo. Observando descubrimos un sin fin de formas, objetos, animales y estructuras que resultaban fascinantes, toda una nueva experiencia nunca antes vivida.
            Me atrevo a decir que ese fue uno de los mejores días de mi vida junto a ti. Ese día que no pare de besarte.

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